Saturday, May 17, 2008

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Es como si toda nuestra vida fuera de noche, y nos la pasáramos viendo estrellas. Hasta que un día, sin explicaciones, sale el sol. Una luz mucho más brillante que todas las estrellas de la noche juntas, que las opaca y hace que no podamos verlas, aún sabiendo que ahí siguen. Una luz que empieza a iluminar nuestro alrededor, y cambia nuestra forma de ver el mundo. O más bien, que nos enseña el mundo por primera vez. Que si la vemos por sólo un momento, por breve que sea, al voltear la vista no vemos más que una mancha con su forma, y nos damos cuenta de lo predominante que es sobre todas las otras cosas que podemos ver.

Desde su aparición, el sol avanza naturalmente por el cielo, y nos alumbra al alba, cuando sus rayos apenas empiezan a tocar al mundo, al mediodía, cuando hace desaparecer todas las sombras, e incluso durante el ocaso, cuando deleita la vista con colores anaranjados, rosas, rojos, y sus rayos se cuelan entre las nubes, y el reflejo en las olas del mar crea paisajes dignos de recordarse. Y luego, en algún momento vuelve el cielo oscuro, espolvoreado de estrellas, que vuelven a ser visibles después de que el sol se oculta en donde sea que ha ido a parar.

Algunos tienen la suerte de que el sol, en vez de seguir su camino, termina dando vueltas alrededor de su cénit, como queriendo quedarse ahí. Alumbrando permanentemente el mundo para quien lo admira desde abajo.

Otros no pueden disfrutar el espectáculo de esos días extendidos, y ven al sol continuar avanzando hacia su inevitable desaparición tras el horizonte. Pero aun después de que se oculta, todos sabemos que sigue brillando. Sabemos que sigue siendo una luz deslumbrante para alguien más -que bien podría estar al otro lado del mundo en este momento-, aunque no tengamos la suerte de poder disfrutarla, porque aquí ya oscureció.

La llegada de la noche trae invariablemente consigo una tormenta. Nubes grises que cubren completamente el cielo y descargan lluvia durante varios días, o incluso meses, y no permiten ver las estrellas que otra vez iluminan el firmamento. Durante esta tormenta, algunos se preocupan tanto por dónde habrá ido a parar el sol, que mantienen la vista fija en el horizonte, y no se dan cuenta de cuándo termina la lluvia. Siguen mirando hacia el oeste, esperando que algún rayo aparezca de repente, y olvidan que arriba hay otra vez un sinfin de estrellas esperando que las vean. Olvidan que los planetas giran sobre su eje, y que en algún momento, un nuevo sol saldrá a sus espaldas...

"Durante esta noche Brida se dio cuenta del brillo que había en los ojos del Mago, y del punto amarillo que había sobre su hombro izquierdo (dos características que se presentan cuando uno reconoce a la Otra Parte)". - Brida, Paulo Coehlo